Miraba el suelo. Se sentía tan reprimida y adolorida. Ella la degradaba tanto. Sus palabras hirientes penetraban sus oídos y llenaban su corazón de dolor, su mirada de tristeza y sus ojos de un llanto eterno en su alma. No sentía que respiraba o que vivía. Era tan infeliz que la vida se había vuelto su desdicha más inmensa, más que el mismo cielo o el mar.
Los ojos rojos, la boca seca. En un calabozo como aquellos que vió en los libros de historia francesa del siglo XV. Hambrienta, y con un traje de cadenas tan pesadas que no la dejaban vivir.
Se sentía atada a su madre. Ella era su cadena mayor, quien la aprisionaba con más fuerza. Su sangre, su dueña. El pánico se apoderaba de ella mientras su madre estaba presente. Las palabras mas pronunciadas por su progenitora eran la causa de su más grande y profundo dolor.
Marianne amaba a su madre sólo por el hecho de darle la vida. Odette odiaba a su hija sólo por el hecho de no querer verla ser libre.
Imaginó tantas cosas que su corazón latía cada vez más ligero. Su respiración estaba cada vez mas ausente. Su pecho parecía reventar y consumirse en llamas. Sentía que estaba entrenada para sólo llorar hasta secarse. Pensaba todo tan tristemente.
“¿Qué clase de vida es esta? No soy una asesina, ni un títere tampoco -pensaba entre sollozos- No puedo causar tanto daño en mi vida misma. Sería tan duro como la misma muerte. Acabaría con mi existencia al terminar con la de él”
Respiraba tensamente y su dolor cada segundo aumentaba más y más. Era tan duro pensar en lo que le esperaba. Una difícil decisión: morir con él o morir por él.
“Matarlo será quitarme el alma. Matarme sería mil veces mejor -opinaba para sí misma- ¿Porqué estoy encadenada a mi madre? Amaría tanto estar encadenada a su existencia, profunda y simple para mí. Todo él me hace feliz y eso es lo único que necesito. No puedo matarlo sin morir yo en el proceso. Seré como un zombie, un cuerpo sin nada adentro, mas que pena y oscuridad”
Su respiración se calmó al pensar en su segunda opción. “Mi madre no me extrañará, para ella soy sólo una inútil. –mientras su amor se derramaba en cada lágrima que salía de sus mal aventurados ojos al pensar en ella- No se sentiría culpable jamás”
Palideció al escuchar los pasos. Su espalda se encrespó como la cresta de un gallo y el frío, heló su cuerpo ahora inmóvil y pálido de miedo. Miraba el suelo, no se atrevía a ver nada más. Hasta ver las paredes podría causarle mas escalofríos de tanta tenebrosidad que sentía a su alrededor.
Sus ojos, en su casi acostumbrado recorrido de cada ladrillo que había bajo ella, se toparon con los oscuros zapatos que reflejaban la cara de la maldad. Su madre estaba allí para indicarle su parte del “plan”.
Era tan perfeccionista. Zapatos tan pulidos que se veía el reflejo como en el agua de los estanques. Cabello tan perfecto y brillante que, de ser rubia, parecieran rizos de oro. Era casi ébano puro. Su mirada impenetrable sólo expresaba dureza y ferocidad. Temible con todo sentido y lógica.
Se arrodilló y alzó su cara. El miedo atacó el corazón de Marianne. Era simplemente como estar con el mismo demonio en persona, esa era la comparación más simple que ella pudo hacer.
- ¿Qué me dirás ahora?
- No tengo nada que decir.
- ¿Por qué el piso esta húmedo? Has estado llorando por ese imbécil otra vez.
- No es un imbécil. Yo lo amo.
- Soy tu madre, sé que es lo mejor para ti.
De sus faldas sacó un paquete envuelto en pañuelos de seda roja y fina. Un arma se escondía tras tanta elegancia.
- Esto acabará con su vida.
- Y la mía se irá con él.
- ¡No seas estúpida! – y el sonido de una bofetada se escuchó con eco en el pasillo siguiente.
- ¿Esperas que de verdad lo haga?
- ¿Sino qué podrías hacer? Sabes bien que lo mataría yo misma, sólo que quiero darte el placer de verlo por última vez.
Fue entonces cuando un río de lágrimas se apoderó de sus ojos y una infinita tristeza inundó su corazón. Había hiel y miedo en su sangre y su alma cada vez estaba más lejos de su cuerpo.
“Dios lo entenderá, no puedo quitarle la vida a un inocente. Lo amo y eso lo hace aún más imposible. Él es infinitamente misericordioso y un suicidio es mil veces mejor que un asesinato. No soy quien para quitarme la vida -suspiraba con locura y desenfreno- pero prefiero morir ahora que sé que él aún vive”
Su madre soltaba sus manos temblorosas, atadas con cadenas al piso, y se levantaba para abandonar el lugar.
- Sabes que nunca lo haré. Dios me perdonará.
Antes de que pudiera escuchar la respuesta tomó el arma, y exhaló por última vez antes de tener vida eterna. Su estómago se retorció como para hacerla poner un gesto de dolor agudo que transformó la cara de su madre en un poema de desconcierto eterno.
Sólo una cosa más se oyó. Un disparo.
Su garganta quedó regada por todo el cuarto después del impacto. Su cuerpo tendido junto a las cadenas que tanto la ataban, y su cabeza estaba a pocos centímetros de los pies de su madre. Ya sus zapatos no eran brillantes. Eran rojizos como la sangre.
Ya no había más dolor, sólo el placer de saber que aún lo amaba. Más allá de la muerte ella lo amaría, y esta vez sería eterno. No había llanto ni miedo. Ya no había muerte para ella. No sentía más que plenitud.
Cuando abrió los ojos, estaba como en un sueño, donde conoces cada cosa sin necesidad de verlo o sin haberlo visto antes. Estaba en el cielo, su corazón lo sentía. Tenía la certeza de que estaba ante Dios. Sería juzgada.
Se arrodillo y abrazó los pies de su Dios.
- No podía hacerlo. Perdóname.
Nadie contestaba.
- Preferí quitarme mi propia vida antes que la suya, quitársela a él sería morir también. Lo amo y es algo que ella nunca pudo entender. Nunca conoció el amor, sólo la avaricia y la traición.
Al ver el piso se dio cuenta de que lloraba. El amor que llevaba en la sangre, eso lloraba. Sus trapos estaban sucios, ensangrentados. Era su sangre. Buscó en su garganta pero todo estaba intacto. Tocó sus ojos y la misma sangre que había derramado por Joseph, era la que estaba llorando ahora ante el Señor.
- Perdóname, te lo ruego. No se qué hubiese sido de mi sin él.
Al día siguiente sintió un zarandeo en la pierna.
- Cariño, llegarás tarde a la escuela. Joseph te espera afuera para ir juntos como siempre.
Fue su sueño más horrible, su primera pesadilla.
Afuera estaba él, esperándola como de costumbre. Ella sonrió inmensamente y al saludarlo le dio el beso más perfecto que alguien haya podido recibir en la vida y en la muerte.
Fucha.
Oh :O . Jess
ResponderBorrarEres un genio !!!!.
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