03 junio 2012

Día uno. Parte I

Estaba escondiendo mis manos. Sentía que sin tocarlo percibiría la frialdad de mis dedos. Mis yemas moradas por el frío se escondían bajo la capa de pintura carcomida, partida, pelada -y obviamente descuidada- de mis uñas. Me sentía temblar y no sabía si el lo sentía también.

Su cara estaba dirigida hacia el frente, cuestión beneficiosa para mí porque así no me pillaba mirándolo de reojo para fijarme en cada detalle. Nuestros brazos tocaban y se sentía la inmensa calidez de su piel tibia en contraste con mi helado tacto. Su piel blanca provocaba palparlo para sentir que era real.

Las luces de la pantalla alumbraban su rostro y la sombra de sus labios los enmarcaba perfectamente. Deseé rozarlos.

Ladeó su cara en dirección a mi y en seguida fijé mi vista en la película que tanto quería ver. Esperaba que no me hubiera visto mirarlo, aunque en la oscuridad del cine y la sombra que causaban mis lentes, se volvía casi nula esa posibilidad.

Estuvo así por un rato y lo imaginé haciendo lo mismo que yo. No sabía si lo hacía, pero de todos modos moví mis labios delicadamente con la sutil intención de provocar en él el mismo deseo que yo sentí por los suyos. En mi mente se entretejían cosas que, sin saber si eran ciertas, me emocionaban de una manera sensacional.

Su brazo se resbaló detrás de mi cuello. Esa movida de película tan cliché que estaba deseando tanto. Se sentía su perfume tan cerca que quise dormir oliéndolo para no olvidarle.

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