03 mayo 2017

Imaginación no desgastada.

Después de tanto auto-engañarse, se dio cuenta de que lo estuvo esperando por años.

El momento había llegado, y se había esforzado tanto en negarse a sí misma que lo estaba esperando que cuando sucedió, y por fin en su mente aceptó que lo deseaba, no sabía cómo actuar.

- Hace tanto tiempo que no estábamos tan cerca.

- Hace años, ¿no?.

- Aunque la última vez para mí fue hace meses, en un sueño.

- ¿Sueñas conmigo?

- A veces.

- ¿A veces? ¿Qué tan a veces?

- Justo ahora no tengo idea, solo sé que hace poco estabas ahí.

- ¿Y qué hacíamos?

- Bueno, yo estaba durmiendo, sino, ¿cómo habría estado soñando contigo?

- Muy graciosa. No entiendo por qué eres tan odiosa siempre. Pero no necesariamente necesitas estar dormida para soñar. ¿Nunca has soñado con los ojos abiertos?

- Justo en este momento creo que está pasando. – Volteó para que Leo no viera la media sonrisa que se dibujó en su cara mientras estaba sonrojada levemente.

- Quizá, pero nunca he sabido si dos personas pueden soñar lo mismo al mismo tiempo.

Ella estaba segura de que su corazón palpitaba tan rápido que la vibración que generaba podía oírse fuera de sí.

Empezó a observar a su alrededor: Había una señora cargando un bebé de unos 3 años que estaba a punto de sucumbir ante el sueño. Intentó no verlo fijamente a los ojos porque recordó que días antes le dijeron que ver a un niño a los ojos cuando está a punto de dormir, lo activaría de nuevo «son como dementores de energía, los ves y se despiertan de nuevo». Intentó disimular la risa que le generó el recuerdo mientras quitaba la vista rápidamente.

- ¿De qué te ríes?

Ella lo vio de reojo mientras definía en qué persona centraría su atención ahora. En seguida notó a un muchacho de apariencia rebelde. Su cabello estaba despeinado y aparentemente sucio.

No. Definitivamente sucio. 

El joven estaba moviendo sus labios cantando con mucha inspiración, pero en silencio, la canción que estaba oyendo. Podía ver sus audífonos salir desde adentro del cuello de su franela y llegar a sus orejas. Se quedó inmutada viendo cómo se movían los labios del chico rebelde mientras trataba de descifrar qué canción escuchaba. La curiosidad es una de sus principales virtudes, o defectos «depende del punto de vista» decía cada vez que hablaba al respecto.

Le encantó la franela que el muchacho tenía puesta. Decía “Coco Bongo”, en seguida pensó en el local donde la protagonista de la película “La Máscara” bailaba. Nunca supo si la parte trasera de la franela tenía algo pero tuvo la esperanza de que, en caso de tenerlo, fuera referente a la película que le recordó. Volvió de nuevo a concentrarse en los pálidos labios del muchacho, que ahora parecían haber cambiado de ritmo y cuyo cabello ahora contrastaba más con su piel, pues, esta vez, sí se había fijado en el tono de piel.

«Seguramente está cantando una canción que no he oído», pensó, y justo cuando iba a voltear de nuevo hacia Leo, él tomó su quijada con sus dedos índice y pulgar, y giró su cara de tal manera que quedaron frente a frente, enormemente cerca.

Es curioso cómo un espacio tan minúsculo puede sentirse tan grande.

Suspiró.

- Yo quisiera que vieras mis labios como veías los suyos.

- Nunca pensé que quisieras eso de mí.

- Yo tampoco, acabo de descubrirlo.

Definitivamente la vibración que generaba la rapidez de los latidos de su corazón era algo que todos podían notar, o por lo menos, así lo sentía ella.

Sonrió nerviosa sin saber qué más hacer.

Sonó el timbre que indicaba el cierre de puertas del tren en cada estación. Un bululú de gente se montó en el vagón a empujones, lo que hizo que todos tuvieran que moverse para ordenarse mejor en el espacio disponible. Ellos quedaron frente a frente con absolutamente ninguna posibilidad de cambiar de posición.

- ¿Te da pena verme?

- Para nada. ¿De dónde sacas esa idea tan tonta?

- Entonces, prefieres mirar el piso que verme a mí, supongo.

Ella levantó la mirada y lo vio a los ojos.

- ¿Alguna vez me ha intimidado tu mirada?

- No sé, dime tú.

- Eso pasa cuando hay cosas diferentes. ¿Hay algo diferente en tu mirada esta vez como para intimidarme a mí?

- “A mí” – la imitó, tratando de poner voz aniñada – verdad que eres tu quien suele intimidar a la gente.

- La gente se intimida sola, basta una mirada resistente y una persona que se crea lo suficientemente valiente como para intentar resistirla.

Se vieron fijamente a los ojos como si hubiesen empezado una de esas tontas guerras en las que el primero que quite la mirada, pierde.

Ella estaba sonriendo por dentro. Le encantaba la situación, pero no lo demostraba demasiado para que él no lo supiera.

Había un toque de intensidad en la mirada de Leo que la dejó hipnotizada. Ahí estaba, embelesada viendo esos ojos marrones brillantes que parecían sonreír solos la mayoría del tiempo. Estuvo evitando durante mucho tiempo, verlos fijamente tan de cerca, pues la última vez que lo hizo esa mirada le emitió un boleto de ida a un paraíso que realmente no le pertenecía a ella. 

Esta vez había un poder magnético intenso y casi irresistible que parecía estar llevándola al borde de su fuerza de voluntad. Ese límite placentero que existe entre lo que no haces, aunque quieras, porque sabes que no debes, y lo que haces porque quieres, aunque sabes que no debes. Vaya prueba para una persona con la fuerza de voluntad comparable con el tamaño del cerebro de una hormiga.

Su único trabajo era quedarse ahí, inmóvil, ganando la guerra de miradas. No podía dejarse vencer por su imaginación, trabajo difícil por demás.

Llevaba todo el rato imaginando el calor de los labios que estaban frente a ella. Casi podía sentirlos como si ya los hubiese probado antes. Claro, los había probado antes y no había querido olvidarles. Precisamente por eso, era en lo único en lo que podía pensar en ese momento.

Sentía esa tibieza provocada por el calor corporal de Leo, que siempre estaba ahí. Había pensado más de una vez «seguramente así se sentía Bella Swan cerca de Jacob». No había manera de olvidar la sensación que generaba él en ella, más aun cuando estaban así de cerca. Eran unas enormes ganas de comérselo por completo a besos, no había otro verbo que lograra describir la sensación de una mejor manera. Y cada vez que lo hizo en el pasado, le generaba una calma absoluta y a la vez una tormenta de sensaciones caóticas que no podía describir, controlar o evitar. Mucho menos entender. Al fin y al cabo, tampoco quería controlarla ni evitarla, y por describirla no se preocupaba pues no importaba si lo hacía a la perfección, nadie podía ser capaz de entender el sentimiento si no lo sentía personalmente. Ahora, entenderla era otro asunto. Era su propia versión inexplicable de la Santísima Trinidad. ─Imaginen el nivel de complejidad e importancia que tenía todo eso para ella como para compararlo con la Santísima Trinidad.─

Se dio por vencida, diría que a propósito, y se dejó llevar por la tentadora oferta que estaba frente a ella, moviéndose con ligereza entre el enorme pero minúsculo espacio que había entre ellos. Él hizo lo mismo. Ni siquiera se notó la distancia que tuvieron que recorrer sus bocas para tocarse por fin, después de haberse torturado mutuamente por menos de dos minutos.

Definitivamente era la sensación adictiva que recordaba. Quizá hasta mejor. Flotaba en un espacio perfecto lleno de estrellas, inundado de calma y con tanta liviandad que le hacía sentir culpable sentirse tan bien. Le movía la fibra y ella no podía hacer nada para evitarlo, porque incluso el más mínimo esfuerzo por evitarlo o ignorarlo sería en vano. Ya lo había intentado años atrás sin conseguir el resultado esperado.

Despertó de golpe por un brusco ladrido de su perro, que prácticamente le exigía levantarse para llevarlo al baño.

Ustedes entenderán, un perro también tiene sus necesidades.


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